la cocina chatarra
El gusto de Echeverri por lo ambiguo encontraba un límite en la comida chatarra. Con ella tenía un compromiso total, sin medias tintas ni relativismos. Ejemplo de ello es que la arepa de huevo, una de las preparaciones más grasosas y calóricas de la gastronomía colombiana, era su plato insignia, que preparó a todos sus amigos, en todas partes del mundo. Para Juan Pablo, la cocina solo podía estar dedicada a la comida chatarra y, como derivación, a la relación entre lo natural y lo artificial. La comida chatarra es una exageración, sin valor nutricional de algo que alguna vez fue natural; representa la victoria de la producción industrial sobre las incomodidades e inconsistencias del mundo natural y por eso es capaz de llenar tanto el estómago como los ojos. Aquí Echeverri lleva al límite esas tensiones y juega con las interferencias entre falso y verdadero; vemos carritos de mercado llenos de comida de plástico, souvenires con forma de comida y alimentos fuera de escala, como las miniaturas de la despensa, la lata de cerveza enorme en un rincón y el cojín con aspecto de jamón ibérico que cuelga de una puerta. Pero también hay unos pocos alimentos realmente comestibles que, ahogados entre tanta comida de juguete, nos hacen dudar: ¿podrá ser que sean de verdad? Es el caso de un pequeño ravioli en uno de los carritos, que es comestible y tiene carne seca por dentro. Al lado hay un brownie aún sellado en su empaque plástico, lleno de moho. Sobre una pared hay unas tajadas de jamón enmarcadas, que solo se vuelven reales cuando se miran muy de cerca, y aun así exigen ser tocadas para estar seguros. Si la comida al vacío es lo suficientemente bella como para convertirse en una obra de arte ¿cómo negarse a sus encantos? Aun así, las náuseas son inevitables.
the junk food kitchen
Echeverri’s taste for the ambiguous found a limit in junk food. He was totally committed to it, without half measures or relativism. An example of this is that the egg “arepa,” one of the most fatty and caloric preparations of Colombian gastronomy, was his signature dish, which he prepared for all his friends, all over the world. For Juan Pablo, the kitchen could only be dedicated to junk food and, as a derivation, to the relationship between the natural and the artificial. Junk food is an exaggeration without nutritional value of something that was once natural; it represents the victory of industrial production over the discomforts and inconsistencies of the natural world and is therefore capable of filling both the stomach and the eyes. Here Echeverri pushes those tensions to the limit and plays with the interferences between fake and real; we see market carts full of plastic food, food-shaped souvenirs, and out-of-scale food, such as the miniatures in the pantry, the huge beer can in a corner and the Iberian ham-like cushion hanging from a door. But there are also a few edible foods that, drowned among so much toy food, make us wonder: could they be the real thing? This is the case of a small edible meat ravioli in one of the market carts. Next to it is a brownie still sealed in its plastic packaging, full of mold. On one wall are framed slices of ham, which only become real when you look very closely, and even then, demand to be touched to be sure. If vacuum-packed food is beautiful enough to become a work of art, how can one refuse its charms? Even so, nausea is inevitable.