el cuarto de fotojapón
Todos los días, sin importar su estado físico o emocional, Juan Pablo se tomaba una foto de pasaporte. Este espacio estuvo dedicado a ese ritual diario y a la obra que alimentaba, miss fotojapón, una colección de más de 8000 fotografías tomadas ininterrumpidamente por veintidós años, desde el 2000 hasta el 2022. La cabina fotográfica de Foto Japón, la popular cadena de tiendas fotográficas de la que la obra toma su nombre, fue un regalo que el dueño del negocio le hizo a Juan Pablo cuando se mudó a este apartamento, después de diecisiete años de tomarse las fotos en sus locales. Alrededor de la cabina, Echeverri reunió todo el archivo de sus rituales diarios: las fotografías de pasaporte están pegadas a la pared y guardadas en cajones; sus diarios, que llenó durante varios años y que son los antecesores del ritual fotográfico, reposan en estanterías, al igual que los cuadernos de dramas en los que consignaba todas las cosas por hacer, condenadas a no hacerse nunca. Además, aquí está su computador, donde trabajaba en su obra. Al ser un espacio que servía como estudio y archivo, este cuarto exigió un tipo de orden distinto al del resto de la casa; de hecho, aquí se revela el lado más riguroso y organizado de Echeverri, capaz de prescindir del exceso para priorizar la eficiencia. Todo está guardado y organizado y, contrario al resto de la casa, los objetos con rol decorativo son pocos: el papel tapiz con un paisaje alpino, un aviso de fotografías de pasaporte, una silla-peluche de Winnie-the-Pooh y una réplica de una pantera a escala real encima de una piel de
Every day, regardless of his physical or emotional condition, Juan Pablo took a passport photo. This space was dedicated to that daily ritual and to the work it nurtured, miss fotojapón, a collection of more than 8000 photographs taken uninterruptedly for twenty-two years, from 2000 to 2022. The photo booth of Foto Japón, the popular chain of photographic stores from which the work takes its name, was a present that the business owner gave Juan Pablo when he moved into this apartment, after seventeen years of taking his pictures in his premises. Around the booth, Echeverri gathered the entire archive of his daily rituals: passport photographs are glued to the wall and stored in drawers; his diaries, which he kept for several years, and which are the predecessors of the photographic ritual, rest on shelves, as do the drama notebooks in which he recorded all the things to be done, condemned to never be done. Also here is his computer, where he produced his work. Being a space that served as a studio and archive, this room demanded a different kind of order than the rest of the house; in fact, here Echeverri’s most rigorous and organized side is revealed: He was capable of dispensing with excess to prioritize efficiency. Everything is stored and organized and, contrary to the rest of the house, the objects with a decorative role are few: the wallpaper with an alpine landscape, a notice of passport photographs, a Winnie-the-Pooh plush chair and a replica of a full-scale panther on top of a bearskin.