la sala inmortal
“Death is a sacred thing.”
Con ese diálogo inicia el giro de la trama de Eyes of Laura Mars, la película a la cual está dedicado un muro completo de este espacio. En ella, una fotógrafa ve a través de los ojos de un asesino serial cómo este comete sus crímenes, y luego utiliza esas visiones como inspiración para sus propias fotos. Como en la película, en esta sala la muerte es una cosa sagrada; no tanto porque sea algo lejano o prohibido, sino por todo lo contrario. Aquí, la muerte es una protagonista muy real, incómodamente cercana. Hay una calavera en una mesa, al alcance de cualquiera. Encima de la chimenea cuelga una foto de Echeverri haciéndose el muerto. Sus ojos cerrados se enfrentan a la multitud de ojos abiertos de Laura Mars, que presencian otra muerte que se vuelve arte. A un lado del retrato, dos espejos circulares hacen las veces de unos ojos que nos miran, esta vez con nuestra imagen reflejada, como si la visión que los llenara fuera la de nuestra propia extinción. Una placa metálica con dos ojos corona el vacío negro de la chimenea, que se vuelve una boca en la que todo lo que entra es consumido por las llamas. Rodeado por tanta muerte, el desparramamiento de objetos disímiles encima de la chimenea podría leerse como el conjunto de despojos que deja alguien después de haber vivido toda una vida. Los muebles son negros, el color estándar para el duelo en Occidente, y rojos, como la sangre por fuera del cuerpo. Pero en esta sala también hay espacio para pensar en lo que sigue después de la muerte. Están presentes, por ejemplo, la vida, muerte y resurrección de Jesús de Nazaret, contadas a través de objetos dispersos; el Divino Niño encima de una mesa, la corona de espinas sobre una lámpara y el crucifijo en un muro. Pero son las plantas, dispuestas en distintos rincones de la sala, las que cuentan mejor la historia de la vida después de la muerte; invirtiendo la lógica del retrato mortal del artista, ellas afirman que es posible hacerse las vivas después de haber sido arrancadas del mundo.
the inmortal living room
“Death is a sacred thing.”
This dialogue introduces the twist in the plot of Eyes of Laura Mars, the film to which an entire wall of this space is dedicated. In the film, a woman photographer sees through the eyes of a serial killer as he commits his crimes, and then uses those visions as an inspiration for her own photos. Just as in the movie, in this living room death is a sacred thing; not so much because it is something distant or forbidden, but quite the opposite. Here, death is a very real protagonist, uncomfortably close. There is a skull on a table, within everyone’s reach. Above the fireplace, hangs a photo of Echeverri playing dead. His closed eyes are confronted by the multitude of open eyes of Laura Mars, which are witnessing another death that becomes art. On one side of the portrait, two circular mirrors serve as eyes that look at us, this time with our image reflected, as if the vision that filled them was that of our own extinction. A metal plate with two eyes crowns the black void of the fireplace, which becomes a mouth in which everything that enters is consumed by the flames. Surrounded by so much death, the scattering of dissimilar objects on top of the fireplace could be read as the collection of odds and ends that someone leaves behind after having lived a lifetime. The furniture is black, the standard color for mourning in the West, and red, like blood on the outside of the body. But in this living room there is also space to think about what comes after death. For example, an array of scattered objects tells the story of the life, death, and resurrection of Jesus of Nazareth; the Divine Child on a table, the crown of thorns on a lamp and the crucifix on a wall. But it is the plants, arranged in different corners of the room, that best tell the story of life after death; inverting the logic of the artist’s mortal portrait, they confirm that it is possible to pretend to be alive after having been torn away from the world.